domingo, 23 de diciembre de 2012

La leyenda de John Mirbond ( y IV)


“Sol Azul” tenía familia. Vivían en armonía con la naturaleza, sin apego por las cosas terrenales. Decían que todos éramos hermanos, desde el coyote hasta el águila. Que todos los actos que realizamos tienen una repercusión en nuestra existencia. Por primera vez en muchos años John se sentía en paz. Decidió quedarse a vivir con ellos. En la tribu él era “Viento del Norte”. Siendo uno de ellos era dichoso. Se casó con “ Aguila Blanca”, la hija de “Nube Roja”,el chamán de la tribu. Todas las noches se reunía con su familia y contaban cuentos a los niños. La vida era dura, se pasaba frío en invierno y calor en verano, pero también valía la pena vivirla con la tribu. “Aguila Blanca” tuvo un hijo, mi bisabuelo, al que llamaron “Caballo desbocado” pues siempre iba a todos lados corriendo.

Un día andaba John con “Nube Roja” conversando, después de un tiempo habían llegado a ser buenos amigos, y John decidió explicarle porqué había viajado por todo el mundo. Le explicó su larga trayectoria y lo feliz que era. Después de pasear durante toda la mañana “Nube Roja” le dijo:

-       “Viento del Norte” no hacía falta ir tan lejos para encontrar “Lo más importante y especial del universo”. Nosotros lo tenemos aquí, a nuestro lado, en el río. Si quieres te lo puedo enseñar.
-       No puedo creer lo que dices querido amigo. ¿Me estás hablando en serio?
-       Totalmente. “Lo más importante y especial del universo” está aquí junto a nuestro poblado. Ven y te lo mostraré.

John estaba nervioso. “Nube Roja” le acompañó al río y le dijo.
-       Mira al fondo del río y contempla “Lo más importante y especial del universo”. Pero fíjate bien, porque es necesario que estés en paz para poder observarlo.
-       No lo veo, contestó John, no lo veo.
-       Respira, concéntrate, ten calma y aparecerá ante ti. Siempre ha estado ahí.


John pudo verlo. Pudo observar “Lo más importante y especial del universo”. No pudo reprimir las lágrimas de emoción. Se abrazó a “Nube Roja” y le dio las gracias por su enorme sabiduría. Prometió que guardaría  “Lo más importante y especial del universo” y haría que su descendencia extendiera el mensaje más allá de su generación. Tomó pues aquello que había encontrado después de tantos años, lo introdujo en una caja y se lo legó a su hijo para que siguiera enseñándoselo a quien estuviera preparado. Desde entonces los Mirbond vagamos por los caminos y lo mostramos a quien lo quiere ver.

Así es desde hace varias generaciones. El último Mirbond soy yo, de momento.

Recordad, para saber que es “Lo más importante y especial del universo” solo tienes que contemplar en paz. Sólo un corazón puro podrá abrir esta caja y verá...

El viento del norte me llama de nuevo. Es hora de partir...

                                                                           FIN



Hasta aquí la leyenda. Espero que os haya gustado.

Por cierto, ¿alguien sabe que hay en el interior de la caja?


domingo, 16 de diciembre de 2012

La leyenda de John Mirbond (III)


Alterado moralmente, pues añoraba mucho a “Mara”,  se convenció de que la vida era algo más que vagar de un lado a otro buscando quién sabe qué. Tomo un carguero que lo llevó a Uruguay. Su primer contacto con América le impresionó muchísimo. Pues allí el mundo parece tener otra dimensión. Se pasó a Argentina donde no tuvo buenas experiencias. Como sabía montar al estilo mongol en Argentina ganó algunas carreras de caballos celebradas en La Pampa. Eso le granjeó fuerte enemistades. Con frecuencia derivadas de envidias mal gestionadas. Decidió huir. Empezaba a añorar el continente asiático, en concreto las cumbres del Nepal cuando decidió escalar El Aconcagua.  Los Andes se le antojaron majestuosos, acostumbrada a decir  “Nada tan impresionante como El Himalaya, nada tan majestuoso como Los Andes”.

Volvió al Tibet y pasó dos años meditando en un monasterio al pie del Kailash. Los monjes le ayudaron a encontrar una parte lo que estaba buscando. Practicando la  meditación consiguió albergar el recuerdo de “Mara” de forma positiva. Pudo acompañar su pérdida pensando que ella estaría en algún lugar mucho mejor que el Serengeti, o al menos, menos arriesgado.

Un día mientras andaba montando un yak recibió en su rostro el gélido viento del Norte. “Toca partir de nuevo” pensó para sus adentros…

Esta vez viajó a Estados Unidos. Tomó un carguero en La India, país que admiraba por sus gentes y navegó en varios barcos, fue de puerto en puerto hasta llegar a Nueva York. Convivió con algunos empresarios de éxito, ya que ser millonario y además ciudadano británico abría en aquel tiempo muchas puertas en esa ciudad. Acudió a varias fiestas de sociedad pero decidió que allí no encontraría nada alejado de la superficialidad y la hipocresía de una sociedad decadente.

Se retiró al interior del país. Caminó por recónditos lugares. Visitó “Monument Valley”, se dejó embargar por la inmensidad del “Grand Canyon”, recordó su época de experto nadador en la república magiar atravesando el “Mississipi”, se enzarzó en oscuros debates en tabernas de “New Orleans” pero toda su búsqueda le llevaba a un poderoso vacío interior.

Un día, como el que no quiere la cosa, caminando por un camino en Utah tropezó con un indígena. Un indio americano.  Un genuino piel roja. El hombre era de una mediana edad, un poco mayor que John. Una sonrisa de soslayo les bastó a ambos para cerciorarse de que algo nuevo estaba pasando.  John le regaló un mala de forma casi instintiva. Se llamaba “Sol Azul” y pertenecía a la tribu de los navajos. El indígena le invitó a comer con su familia. Vivían en contacto con la naturaleza, tenían unos pocos animales y se servían de los recursos de la naturaleza como lo habían hecho sus antepasados navajos. Todo se aprovechaba, todo era útil, nada estaba allí por casualidad. Le recordó a la forma de vida que había tenido con “Mara” y decidió aceptar la invitación de “Sol Azul” para pasar unos días...

domingo, 9 de diciembre de 2012

La leyenda de John Mirbond (II)

En China, aprendió el manejo de la pólvora y se hizo pirotécnico, pero los chinos eran mucho más expertos en ese arte. Observó que la pirotecnia era espectacular, pero no “Lo más importante y especial del universo”.


Pasó a Mongolia. Allí le enseñaron a montar. A montar con ese amor que los mongoles tienen por sus caballos y que se pierde en la noche de los tiempos.  Vivió en tiendas de campaña, acompañando al ganado, buscando pastos, viviendo al día, pero seguía sin encontrar lo que tanto anhelaba.

De allí viajó a caballo a Rusia, donde perdió un dedo del pie derecho debido al rigor del invierno en la tundra siberiana. Después de jurar que no volvería a pasar tanto frío en su vida, se habla de 50º bajo cero, pasó a Polonia. A los pocos meses se trasladó con un comerciante polaco a la actual Hungría,  ya que en Rusia le juraron que las mujeres más bellas del mundo son magiares.  Una vez allí, pudo contemplar que los rusos no juran en vano y que  en efecto, las mujeres magiares son bellísimas y sobre todo muy cultas. Le aseguraron que para poder ser merecedor de una de ellas debía cruzar el Danubio a nado.

John no sabía nadar. En su país no había tenido la necesidad de aprender. Pero este hecho no le amedrentó. Solicitó la ayuda de un húngaro y en un año consiguió atravesar el rio dos veces.  Incomprensiblemente, y cuando estaba a punto de contraer nupcias con una bellísima magiar, decidió que allí no encontraría “Lo más importante y especial del universo”. Deshizo su compromiso, no sin antes compensar económicamente a toda la familia y desapareció para no volver. Desde entonces en Hungría se afirma que en las noches de viento del norte los hombres pueden desaparecer sin un motivo aparente.

Como era un hombre culto decidió no entrar en "la vieja Europa", pues todo lo que se podía saber del viejo continente él ya lo había leído y sentía curiosidad por investigar en lugares más recónditos.

Tomó un barco y haciendo cabotaje se plantó en el cabo de Buena Esperanza. Allí desembarcó y llegó a Sudáfrica donde trabajó en las minas de diamantes.  Despreció ese tipo de vida. Decía que por piedras la gente se mataba. Qué no había visto nada más estúpido.

Posteriormente se trasladó a Kenia donde contrajo nupcias con una mujer masai llamada “Mara”. Durante una temporada, no está claro su duración, fue feliz viviendo en armonía con el ganado.  Siempre decía que “Mara”era alguien realmente especial. Ella le enseñó la lengua "maa" y le acompañaba siempre que necesitaban beber sangre del ganado, ya que John era muy reticente a hacerlo. Entendió que los seres vivos viven en armonía, en equilibrio y que nadie tiene derecho a alterar el ecosistema.

Desafortunadamente enviudó tras un ataque de un felino a su esposa, lo cual le provocó una profunda frustración e ira. John mató al animal de forma despiadada, pero no consiguió encontrar consuelo en muchos años. Tanto fue así que decidió que el África negra no era su lugar.  Pasó al Sáhara donde convivió con los tuareg. Recorrió el desierto en varias caravanas y se obstinó en encontrar aquello que él denominaba “Lo más importante y especial del universo”. Pero los tuareg no sentían esa necesidad, eran nómadas con un fuerte sentido tribal, un pueblo orgulloso y tenían claro qué era “Lo más importante y especial del universo”. Le hablaron de ello pero John no quedó convencido. Debía cambiar de aires sin pensarlo demasiado. En el desierto se sentía uno más, allí había paz, pero no era su ambiente. Definitivamente debía cambiar de aires. Se sentó y esperó a que el viento le llamara de nuevo...

jueves, 6 de diciembre de 2012

Mejorar la educación para mejorar la sociedad

Impresionante programa el de hoy en Singulars (Canal 33).

Está en lengua catalana, pero se entiende sin apenas dificultades. Jaume Barberà trae a Xavier Melgarejo quien nos da una clase magistral de lo que es la educación y el modelo educativo en Finlandia.

Imprescindible, para todos los que amamos la educación, y para todos los que tenemos hijos e hijas.

Insisto, imprescindible.


domingo, 2 de diciembre de 2012

La leyenda de John Mirbond (I)

Hace unos años ideé un relato para trabajar con los alumnos en tutoría. Ante la insistencia de algunos alumnos y sobre todo ex-alumnos he accedido a colgarlo aquí. Como es un poco largo para una sola entrada he creído conveniente colgarlo por entregas. Se titula: La leyenda de John Mirbond.

Espero que os guste y podáis disfrutar de él. Al menos ese fue mi deseo al crearlo.




La leyenda de John Mirbond.

Me llamo Joe Mirbond. Soy el tataranieto de John Mirbond, de “Viento del Norte”. Hoy he llegado hasta aquí invitado por vuestras familias que de forma muy cortés han accedido a costear mi viaje. Pues yo, aunque parezca mentira, desprecio el dinero.

Para que os cuente mi historia, o mejor aún la historia de mi tatarabuelo necesitaré un buen par de sonrisas. Así vivo mi vida, contando historias,  coleccionando sonrisas. No me quedaré con nada más, tan solo eso.

Los Mirbond somos nómadas. Nos dedicamos a viajar por el mundo. El primer Mirbond viajó por un ideal. Los demás Mirbond viajamos porque no entendemos la vida de otra forma. Mi tatarabuelo viajó  en busca de la esencia de nuestra existencia. Vivió en el siglo XIX y amasó una fortuna gracias al comercio con América del Sur.  Poco antes de irse de este mundo para reunirse con “Mara”, decidió entregar  su dinero a una entidad bancaria en Geneve que gestiona desde entonces el patrimonio de la familia. Podéis creerme cuando os digo que desprecio el dinero porque lo he tenido en abundancia. He tenido  tanto que no lo valoro. Os aseguro que en la vida hay otras cosas que producen mayor bienestar y satisfacción. 

Pero yo no he venido aquí a explicar mi historia, sino la de John Mirbond.

Aunque se ha investigado en reiteradas ocasiones, no está muy claro en qué ciudad nació, ni donde se crió. Pocos detalles se conocen de su infancia y de su juventud. Tan solo ha llegado hasta nosotros que era una persona con un marcado carácter extrovertido,  con un arraigado sentido del honor y con una fuerte sentimiento de solidaridad.

Fue un hombre afortunado. He de advertiros que en sus últimos días alguien le oyó decir que no alcanzó su dicha hasta descubrir la verdadera razón de su existencia. Tras atesorar una importante cantidad de dinero, más del que se podría gastar en dos vidas, decidió abandonarlo todo para encontrar su razón de ser. Necesitaba encontrar su lugar en el mundo, su misión.

Salió de su ciudad y a lomos de su montura se dedicó a visitar los lugares más recónditos que acertó a encontrar. A todos ellos fue, y en todos ellos buscó lo mismo. Visitó el Japón del Emperador, donde le enseñaron caligrafía.  El Tibet, donde le ofrecieron té con manteca de yak y tsampa.  Convivió con monjes tibetanos que le regalaron “malas budistas” con los que poder recitar mantras.  John hizo acopio de ellos y dedicó toda su vida a regalar algunos a las personas de corazón noble. Si queréis puedo regalaros alguno pero debéis prometerme que sois dignos de poseerlos y que algún día, cuando veáis que alguien los merece más que vosotros, los regalareis. Son objetos preciosos, portadores de las mejores intenciones. Son auténticos y os los entrego con mis mejores deseos. En el Tibet le enseñaron parte de su sabiduría, y los Mirbond siempre encontramos un buen viento que nos lleve para allá.  Puede parecer mentira, pero el viento en algún momento nos lleva...